La poesía que resulta oscura en una primera lectura no es más abstracta que la música, que oída más de una vez se hace familiar y se reconoce, y no entender la música no impide caer bajo su hechizo. Puede suceder con poemas de Dante, Marianne Moore, Rilke ... y una larguísima lista de grandes poetas de todas las lenguas y todas las épocas. Se puede probar con la Primera Elegía de Duino. Oirla mas de una vez.Y como si fuera música...esperar.
Adam Zagajewski invita al lector a leer las Elegías de Duino de Rilke y para él escribe:
"¿Cómo se leen las Elegías de Duino, esos diez grandes poemas que conforman la cima del arte de Rilke? ¿Hay que intentar entenderlos en su totalidad o atravesarlos como niños que cruzan corriendo un bosque de noche, mitad aterrorizados, mitad alborozados? La cuestión es prácticamente irrelevante: quien se moleste en acercarse hasta una buena biblioteca no tardará en encontrar una colección casi interminable de análisis. Los filósofos cristianos nos informarán de lo profundamente cristianas que son las Elegías de Duino, los pensadores existencialistas reivindicarán a Rilke como un colega, los discípulos de Husserl encontrarán toneladas de fenomenología y otros historiadores de las ideas nos notificaran que ¡se trata simplemente de Friedrich Nietzche en verso! ¿Hay que hacerles caso? Naturalmente que no. O mejor dicho, habría que conocer esas lecturas filosóficas o ideológicas y luego tratar de olvidarlas. Las Elegías son como un bosque; no hay en ellas un solo verso que no haya sido escrito bajo el hálito de la inspiración auténticamente poética, no filosófica. Las Elegías son un bosque encantado y al cabo de un tiempo un lector atento no parecerá exactamente un niño sino más bien una blanca lechuza volando silenciosa entre el denso enramado de píceas con la mayor facilidad, y con una suerte de triste felicidad que, según parece, es la respuesta adecuada a la gran poesía. Un lector atento entenderá que es una obra que trata de cuestiones esenciales y que carecen de respuesta, tales como quiénes somos, qué es la muerte, son los amantes unos privilegiados, qué puede ofrecernos el arte..."p58
Paul KLEE |
LA PRIMERA ELEGÍA
¿Quién, si gritara yo, me escucharía
en los celestes coros? Y si un ángel
inopinadamente me ciñera
contra su corazón, la fuerza de su ser
me borraría; porque la belleza no es
sino el nacimiento de lo terrible; un algo
que nosotros podemos admirar y soportar
tan sólo en la medida en que se aviene,
desdeñoso, a existir sin destruirnos.
Todo ángel es terrible. Así yo, ahora
sepulto, como oscuros sollozos en mi pecho
mi grito de socorro ¿A quién podremos recurrir?
Ni a los hombres ni a los ángeles.
¡Ay! Incluso las bestias, astutas, se percatan
de que es torpe, inseguro, nuestro paso
que yerra por un mundo interpretado.
Quizá, tal vez, podrían socorrernos
el árbol ese, que, en la solitaria
ladera, contemplamos diariamente;
el camino de ayer, o la remisa
lealtad de una costumbre que, amoldada
a nosotros, prosigue a nuestro lado.
¡Oh! Y la noche, la noche...Cuando el viento,
lleno de espacios cósmicos nos roe
las mejillas, ¿a quién no se dará
esa sutil, desilusionadora
anhelada presencia ineludible
que ha de arrastrar por fuerza el corazón
solitario? ¿Será menos penosa
-decidme-para los amantes?
¡Ay! entrambos se encubren su destino
mutuamente. ¿Lo ignoras todavía?
Arroja ya el vacío que ciñes con tus brazos
al vacío del viento que respiras.
Tal vez las aves en su vuelo íntimo
sientan en toda su amplitud el aire.
Sí,
las primaveras te necesitaban.
Infinitas estrellas esperaron
que tú las contemplases. Del pasado
vino a ti una onda henchida ,o, al pasar
ante un balcón abierto, la queja de un violín
se te entregó. Todo ello era mensaje.
Pero, dime: ¿supiste tú abarcarlo?
¿No te hallabas perdido en tu esperanza,
como si todo y siempre te anunciase
a la mujer amada? (Di, ¿cómo podrías esconderla,
y dónde, si los grandes y extraños pensamientos
que pasan por tu ser, quedan contigo,
perduran en tu noche?) Mas si aún sientes deseos
-si anhelas-, canta a los enamorados:
no se inmortalizó con adecuada
largueza su famoso sentimiento.
Sí, canta
a los abandonados, que tú encuentras,
casi envidiándolos, más amorosos
que a los correspondidos satisfechos.
Comienza una vez más la nunca cansada
alabanza, Y observa cómo el héroe
no deja de ser nunca -hasta qué punto
su propia muerte sólo es un pretexto
de su último nacer. Pero ¡ay! a los amantes,
ya fatigada, la naturaleza
los retiene o recobra, sintiéndose incapaz
para reproducirlos nuevamente.
¿Acaso conseguiste
exaltar cumplidamente la pasión
de Gaspara Stampa, de tal modo
que alguna abandonada, emulando su ejemplo,
dijese: si yo fuese como ella?
Estas antiguas amarguras
¿no nos debieran dar más copiosas cosechas?
¿No es hora de que amando nos libremos
de la persona amada, reprimiéndonos
trémulamente, al modo que se afirma
en la cuerda del arco la flecha que, en el brinco,
quiere ser más de lo que fue? Pues nunca
podemos detenernos.
Voces, voces. Escucha corazón,
como sólo los santos escucharon -aquellos
a quienes la llamada gigante levantó
de la tierra, sin que ellos, impasibles,
dejaran de seguir de rodillas, absortos,
sin atender a nada, consagrados a oír.
Y no es que puedas soportar la voz
de Dios, no; pero escucha el lastimero
soplo de los espacios:
ese ininterrumpido mensaje que se forma
del silencio, y que viene, hacia ti, susurrando,
desde los que murieron jóvenes.
Donde quiera que entrabas, en los templos
de Roma y Nápoles, ¿no te decían
serenos, su destino? ¿O en cualquier epitafio,
como recientemente -allí
en Santa María Formosa- aquella lápida?
¿Qué desean de mí? Sí, he de borrar de ellos
esa apariencia de injusticia
que, a veces, cohíbe
el puro movimiento de su espíritu.
Ciertamente, es extraño no habitar ya la tierra,
no seguir practicando unas costumbres
apenas aprendidas;
no dar, no atribuir significados
de futura realidad humana ni a las rosas
ni a esas cosas que son ofrecimientos
sin fin. No ser lo que era
en la infinita angustia de esas manos;
tener que desprenderse hasta del propio nombre,
como quien lanza, lejos de sí, un juguete roto.
Extraño es no volver a desear
los deseos. Extraño es ver, perdido,
disperso en el espacio, todo aquello
que estuvo unido.
Es penoso estar muerto y, trabajoso,
ir recobrando poco a poco un mínimo
de eternidad.
Pero todos los vivos cometen el error
de querer distinguir con excesiva
rotundidad. Los ángeles -se dice-
ignoran a veces si están entre los vivos,
quizás, o entre los muertos. El eterno
torrente arrastra las edades todas
por ambos reinos y, en medio de los dos,
logra hacer oír sus voces.
Pero en fin, los urgidos prematuros
que se marcharon ya, no necesitan
de nosotros. Con lenta y paulatina
remisión, va perdiéndose
la arraigada costumbre a lo terreno, como
se pierde el apego que nos une
al seno de una madre.
Pero nosotros, que necesitamos
de tan grandes misterios;
nosotros, para quien de la misma tristeza
brota un aumento de felicidad,
¿podríamos vivir sin ellos?
Es vana la leyenda según la cual, antaño,
en el planto [llanto] por Linos, la primitiva música
penetró hasta las rígidas esferas
y entonces, en los sorprendidos ámbitos,
(que un doncel, un doncel casi divino,
abandonó de pronto y para siempre),
el vacío inició su vibración...la misma
que aún nos arrebata y corrobora?
Relacionados:
Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino, Versión de Juan Rulfo, Sextopiso, 2015
Adam Zagajewski, Releer a Rilke, Acantilado, 2017
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