La fuerza plástica de Rufino Tamayo artista mexicano y universal se mantiene viva. Tamayo permanece como el pintor de talento que supo asimilar las vanguardias -cubismo y surrealismo ,especialmente- sin renunciar a la hondura de sus raíces mexicanas. Octavio Paz y Sergio Pitol, se han acercado a sus formas primordiales de color alucinado y misterio inasible.
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Obras tempranas: Niño en azul, 1928 Bañistas, 1930
- A Octavio Paz puede aplicarse, palabra por palabra, lo que Octavio Paz escribiera sobre Baudelaire en Los privilegios de la vista : "no es menos leído por sus poemas que por sus reflexiones sobre pintura; tampoco es fácil olvidar que le debemos varios ensayos memorables..." El ensayista, poeta y crítico de arte que sigue siendo Paz -y no sólo en el ámbito del español-, definió con exactitud la brecha abierta por la pintura refinada y salvaje de Rufino Tamayo como se le reveló en París en 1946:
"Mi aprendizaje fue también un desaprendizaje. Nunca me gustó Mondrian pero en él aprendí el arte del despojamiento. Poco a poco tiré por la ventana la mayoría de mis creencias y dogmas artísticos. Me dí cuenta de que la modernidad no es la novedad y que , para ser realmente moderno, tenía que regresar al comienzo del comienzo. Un encuentro afortunado confirmó mis ideas: en esos días conocí a Rufino Tamayo y a Olga su mujer. Los había visto fugazmente en México, unos años antes, pero sólo entonces pude tratarlos de verdad.Ante su pintura percibí, clara e inmediatamente que Tamayo había abierto una brecha. Se había hecho la misma pregunta que yo me había hecho y la había contestado con aquellos cuadros a un tiempo refinados y salvajes. ¿Qué decían? Yo traduje sus formas primordiales y sus colores exaltados a esta fórmula: la conquista de la modernidad se resuelve en la exploración del subsuelo de México. No el subsuelo histórico y anecdótico de los muralistas y los escritores realistas sino el subsuelo psíquico. Mito y realidad: la modernidad era la antigüedad más antigua. Pero no era una antigüedad cronológica, no estaba en el tiempo de antes, sino en el ahora mismo, dentro de cada uno de nosotros".p.36
Octavio Paz, Los privilegios de la vista I,Galaxia Gutenberg, 1992
Obras a partir de los años 50
El día y la Noche, 1954
Retrato de Olga, 1964
Sergio Pitol, en El Tercer personaje escribe sobre autores, lecturas, personajes literarios, y experiencias personales y pone una especial emoción en los textos dedicados a José Emilio Pacheco y Rufino Tamayo .
A pesar de la brevedad , -249 pp-, El tercer personaje no se acaba nunca. Una y otra vez se vuelve a sus páginas para releer y repensar, lo escrito de forma lúcida y tan personal, sobre Cervantes, Shakespeare, Fuentes, Pérez Galdós, Pacheco, Monterroso - sobre Chéjov-...o sobre los cercanos pintores, Soriano y Tamayo...
En TAMAYO :
A mediados o finales de 1967, cuando trabajaba como agregado cultural en la embajada de México en la ciudad de Belgrado, fui comisionado a organizar una gran exposición de Rufino Tamayo en Yugoslavia. De más está decir que por todas partes, en galerías, cafés, teatros, en las reuniones en casas de amigos, aparecían ya algunos signos de lo que apenas unos meses más tarde desembocaría en la sacudida que fue el año 1968. En medio de un clima cada vez más enrarecido, el color de Tamayo fue una descarga que sirvió para revitalizar fibras que entonces creía ya definitivamente adormecidas. Reviso mis diarios de ese periodo y redescubro el estupor que la pintura de ese genial pintor me produjo. Reproduzco, a manera de homenaje, un fragmento de lo escrito hace más de cuarenta años:
En estos días grises por falta de sol, desgastados por la lluvia, faltos de atractivo, la mayor alegría ha sido la visita constante a la exposición de Tamayo en el Museo de Arte Moderno.
La inauguración fue un éxito. Todo el who is who de Belgrado estaba presente, propiciando un clima de verdadero entusiasmo.
Llegar por la noche, que es el día de Belgrado, y caminar por las salas donde penden estos cuadros es como sentir un poco el descubrimiento del color, la increíble riqueza, la felicidad de incorporar todos estos tonos sensuales y dramáticos a nuestra retina, a nuestra piel.
Como afirma Cardoza y Aragón, el único lenguaje que puede transmitirnos algo es el de la poesía. Sólo en los textos poéticos de Octavio Paz que preceden al catálogo puede encontrarse algo parecido.
Porque la de Tamayo es una pintura que descansa fundamentalmente en el color, en la preparación y distribución de los volúmenes cromáticos. La paleta que lo hizo famoso, el solferino, el sandía, el azul añil, colores de decoración de pulquerías, de papel cortado, adquiere en Tamayo una vibración extraordinaria, y se ha visto enriquecida por una incesante incorporación de tonos nuevos con los que siempre logra la sorpresa cromática. Este predominio del color parece ser lo que ordena el tema, aquello que decide la elección de las figuras y concreta su sentido. No se puede decir que los motivos sean un mero pretexto, una pura anécdota, están íntima y entrañablemente ligados.
El color tiene la extraordinaria fuerza de hacernos sentir los cincuenta años de experimentación pictórica del artista, su inmersión en un mundo elemental, rico, donde los tonos aparecieran en una plenitud que nada tiene de preconcebido, de ejercicio intelectual.
Los temas de Tamayo son recurrentes. Hay una continuidad de los objetos en sus telas. El hombre en primer lugar ; la pareja como motivo de plenitud; muy rara vez aparecen más de dos personajes en el mismo óleo, parejas de niños, parejas de amantes, el hombre y su sombra, la sombra y su sombra, algunos pájaros, guitarras, frutas. En un principio, los cuadros de Tamayo evidenciaban un deseo de composición. Sobre el lienzo vacío, en un afán de superar y ordenar el caos de la Naturaleza, se agrupaban las figuras, cabezas de mujeres, frutas, sombreros, guitarras, ramos de flores, trazados con una simetría que no se alejaba mucho del último Cézanne o de las naturalezas muertas de Braque por las que el artista ha sentido siempre especial fascinación.
Luego -el periodo dramático- las figuras se mueven extrañamente, aspirando al infinito, tendiendo los brazos a los astros, a un cielo siempre hermoso e inalcanzable que parece burlarse de los vanos intentos del hombre por aprehenderlo. [...]
En esta última exposición de Tamayo, parece el pintor haber vuelto a sus orígenes, al de las composiciones, pero es la vuelta desde los abismos. Orfeo ha descendido al infierno y ha vuelto al mundo de los vivos. No ansía ya el más allá. Su visión de lo que hay más abajo le ha permitido ver con nuevos ojos y redescubrir la belleza de lo que le rodea."[...]
Sergio PITOL, El tercer personaje.Anagrama, 2014
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