.
"Prohibido irse de Buenos Aires" / Macedonio Fernández
Es aceptado y sentido que algunos artistas -el modelo sería Van Gogh- fueron injustamente tratados por la vida; otros fueron injustamente tratados en vida y un modelo sería Jorge Luis Borges; hubo ciertas reticencias, se le negó el Nobel que merecía... Él regaló a todos "un cofre del tesoro", no el de Stevenson que adoraba, que se saquea con frecuencia pero es inagotable y se renueva constantemente.De ese cofre proceden estos versos que en momentos distintos de su vida dirige a Buenos Aires a la que alguna vez siente "como un plano de mis humillaciones y fracasos". Aunque los versos crean su propia música el bandoneon de Astor Piazzolla subraya lo que tienen de añoranza y melancolía.
I.-/Fundación mítica de Buenos Aires
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aun estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera, pero en mitá del campo
presenciada de auroras y lluvias suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo,
el corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
II.-/Buenos Aires
Y la ciudad, ahora, es como un plano
De mis humillaciones y fracasos;
Desde esa puerta he visto los ocasos
Y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana; aquí mis pasos
Urden su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
El fruto que le debe la mañana:
Aquí mi sombra en la no menos vana
Sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto.
III.-/ Buenos Aires
Antes yo te buscaba en tus confines
Que lindan con la tarde y la llanura
Y en la verja que guarda una frescura
Antigua de cedrones y jazmines.
En la memoria de Palermo estabas,
En su mitología de un pasado
De baraja y puñal y en el dorado
Bronce de las inútiles aldabas,
Con su mano y sortija. Te sentía
En los patios del Sur y en la creciente
Sombra que desdibuja lentamente
Su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga
Suerte, esas cosas que la muerte apaga.
IV.-/ Buenos Aires
¿Qué será Buenos Aires?
Es la Plaza de Mayo a la que volvieron, después de
haber guerreado en el continente, hombres cansados
y felices.
Es el creciente laberinto de luces que divisamos desde
el avión y bajo el cual están la azotea, la vereda, el
último patio, las cosas quietas.
Es el paredón de la Recoleta contra el cual murió,
ejecutado, uno de mis mayores.
Es un gran árbol de la calle Junín que, sin saberlo,nos
depara sombra y frescura.
Es una larga calle de casas bajas, que pierde y transfigura
el poniente.
Es la Dársena Sur de la que zarpaban el Saturno y el
Cosmos.
Es la vereda de Quintana en la que mi padre, que había
estado ciego, lloró, porque veía las antiguas estrellas.
Es una puerta numerada, detrás de la cual, en la oscuridad,
pasé diez días y diez noches, inmóvil, días y noches
que son en la memoria un instante.
Es el jinete de pesado metal que proyecta desde lo alto
su serie cíclica de sombras.
Es el mismo jinete bajo la lluvia.
Es una esquina de la calle Perú, en la que Julio César
Dabove nos dijo que el peor pecado que puede
cometer un hombre es engendrar un hijo y sentenciarlo
a una vida espantosa.
Es Elvira de Alvear, escribiendo en cuidadosos cuadernos
una larga novela, que al principio estaba hecha de
palabras y al fin de vagos rasgos indescifrables.
Es la mano de Norah, trazando el rostro de una amiga
que es también el de un ángel.
Es una espada que ha servido en las guerras y que es
menos un arma que una memoria.
Es una divisa descolorida o un daguerrotipo gastado, cosas
que son del tiempo.
Es el día en que dejamos a una mujer y el día en que
una mujer nos dejó.
Es aquel arco de la calle Bolívar desde el cual se divisa
la Biblioteca.
Es la habitación de la Biblioteca, en la que descubrimos,
hacia 1957, la lengua de los ásperos sajones, la
lengua del coraje y de la tristeza.
Es la pieza contigua, en la que murió Paul Groussac.
Es el último espejo que repitió la cara de mi padre.
Es la cara de Cristo que vi en el polvo, deshecha a
martillazos, en una de las naves de la Piedad.
Es una alta casa del Sur en la que mi mujer y yo
traducimos a Whitman, cuyo gran eco ojalá reverbere
en esta página.
Es Lugones, mirando por la ventanilla del tren las formas
que se pierden y pensando que ya no lo abruma el
deber de traducirlas para siempre en palabras, porque
este viaje será el último.
Es, en la deshabitada noche, cierta esquina del Once en
la que Macedonio Fernández, que ha muerto, sigue
explicándome que la muerte es una falacia.
No quiero proseguir; estas cosas son demasiado individuales,
son demasiado lo que son, para ser también
Buenos Aires.
Buenos Aires es la otra calle, la que no pisé nunca, es
el centro secreto de las manzanas, los patios últimos,
es lo que las fachadas ocultan, es mi enemigo si
lo tengo, es la persona a quien le desagradan mis
versos ( a mí me desagradan también), es la modesta
librería en que acaso entramos y hemos olvidado,
es esa racha de milonga silbada que no reconocemos
y que nos toca, es lo que se ha perdido y lo que
será, es lo ulterior, lo ajeno, lo lateral, el barrio
que no es tuyo ni mío, lo que ignoramos y queremos.
Jorge Luis BORGES.:Obra poética. Alianza Emecé.