J.M. Caballero Bonald, es un clásico vivo; nació en Jerez de la Frontera en 1926 y en 2017 ha añadido a su extensa obra, poética y en prosa, "Examen de ingenios": 104 semblanzas de escritores y artistas contemporáneos a los que trató y evoca con escritura densa y sosegada. Azorín, Baroja,Jorge Guillén, Miró, Paz, Josep Pla, Borges, Lezama Lima, Onetti... son algunos de los examinados. La personalidad de los protagonistas y la prosa de Bonald,- concentrada y exacta como la de los poetas y sazonada con alguna irónica maldad hacen a este volumen especialmente atractivo.
JUAN CARLOS ONETTI
Recostado en la cama, era a la vez un viejo conspirador condenado a una reclusión inmerecida y un convaleciente de hospital pobre.[...]Más hierático que lacónico, sólo se permitía mantener una conversación cuando el interlocutor incurría en algún mutismo indebido y Dolly, su mujer, no andaba por allí para remediar ese pasajero desarreglo. Pero también podía ser bastante extrovertido cuando se hablaba de impensados vericuetos de la memoria o de esos peligros sobrevenidos en los juegos cotidianos, incluidos el póker y el boxeo.
Onetti era juiciosamente propenso al humor, a un humor punzante y dificultoso, macerado en la ternura, que usaba con la misma maliciosa intencionalidad con que manipulaba su viejo revólver de cabecera. Bebía a lentos, persistentes sorbos de un vaso inacabable mientras leía satisfactoriamente novelas policíacas.[...]
Es cierto que el autor de El astillero escribió una única y magistral novela fragmentada en distintos tramos, en segmentos diferentes dirimidos dentro de una unánime cerrazón argumental.[...] Los personajes -Brausen, el doctor Díaz Grey, el boticario Barthé, Larsen, Barrientos, Jeremias Petrus...-son siempre los mismos, transitan de una a otra novela con una difusa apariencia de haberse confabulado, incluso a su pesar y como aturdidos, con las exigencias operativas del autor.[...]
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No sé a quién se le ocurrió un día nombrar a Onetti presidente de un congreso latinoamericano de escritores que se celebró en Las Palmas y tampoco entiendo por qué aceptó el novelista semejante nombramiento. Algo así como una contradicción en términos, ya que suponer que el autor de La vida breve podía presidir algo distinto a su propia empresa literaria era más bien una temeridad. Y, en efecto, Onetti hizo lo que le correspondía: no más llegar se instaló en la cama de la habitación del hotel con sus libros y sus botellas y apenas salió de allí.[...]
La única vez que Onetti salió de su habitación del hotel se produjo un episodio inolvidable: su encuentro con Rulfo al cabo de no sé cuantos años. Yo estaba allí y observé cómo aquellos dos fundadores de la narrativa contemporánea en lengua española sobrellevaban con tácita emoción esa coincidencia inesperada. Parecían reconocerse a hurtadillas, escudriñándose a través del humo de sus inacabables cigarrillos, como si en esa mutua observación estuviera dicho todo. Se miraron pausadamente con un ademán entre taciturno y gozoso, manteniendo una actitud que tenía algo de equilibrio inestable. No sostuvieron que yo recuerde, ninguna conversación: fue una impecable forma de reencontrarse. Los dos eran igualmente sarcásticos, oblicuos, ensimismados; los dos bebían con la misma edificante persistencia; los dos eludían referirse a sus obras a no ser con la debida incertidumbre. Son cualidades que hoy suenan ya un poco extravagantes.
Rulfo intervino muy de pasada en algún coloquio y se le veía desganado, como cumpliendo con una obligación ingrata. Igual le ocurría a Onetti. A buen seguro que estarían cavilando en los extraños motivos que los habían conducido a aquel lugar insólito donde iban a tener que hablar de algo que a ellos sólo les importaba cuando escribían. Y justo entonces no estaba escribiendo, de modo que tampoco disponían de ninguna buena razón para hablar de literatura.
A Onetti no volví a verlo, pero con Dolly tengo sellado un pacto de libaciones veraniegas en mi casa de la playa gaditana de Montijo, donde suelo pasarme buena parte del año. Llega con puntualidad montevediana [...] Al caer la tarde, el paisaje de la playa de Montijo es polícromo y apacible, con los pinares y las dunas del borde oceánico de Doñana esparciendo su última reverberación y una temblorosa hilera de puntos de luz jalonando la broa de Sanlucar. Siempre he pensado que allí mismo, donde se juntas las aguas del Guadalquivir y el Atlántico, se perfila ese fondo primigenio en que se fusionan la historia y la mitología. Un buen motivo para beber respetablemente en homenaje a Onetti y evocar lo que escribió de modo perdurable, mientras avanza la noche y se activan los resortes efusivos de la memoria. Todo termina ya dependiendo del veredicto de la memoria.
P. Onetti es un maestro al que usted estima en gran medida. ¿Es acaso el escritor, de los contemporáneos, que más le ha marcado?
R. No sé si es el escritor que más me ha marcado, pero es el que más me ha seducido o uno de los que más me ha seducido. Perderse de su mano por los escenarios de Santa María es una experiencia inolvidable.
P. En ese sentido, ¿cabe relacionar su estilo con esta novela en concreto?
R. Qué más quisiera yo… La prosa de Onetti es de una sutileza y un poder de sugestión irrepetibles.
J.M.Caballero Bonald, Examen de ingenios, Seix Barral, 2017