Bruce Nauman, Indiana,1941.



lunes, 11 de enero de 2021

Leonardo SCIASCIA (1921-2021) "Ni muy atrás ni muy adelante"



Ojeando   libros  de  Sciascia se encuentra lo que parece un  comentario después de visitar  una exposición  del pintor siciliano Francesco Trombadori . Sciascia, sigue con prosa grave y exacta  la trayectoria del pintor y señala algunos otros aspectos culturales interesantes. 
Las obras de Francesco  Trombadori (Siracusa 1886-Roma 1961) en su etapa madura sorprenden por la belleza pálida casi espectral que vitaliza con  la pureza geométrica de las formas. Ha ido quitando materia para transfigurar lugares  conocidos -hasta el tópico-  en  visiones plásticas. Este siciliano recuerda a Giorgio Morandi, Bolonia 1891. Ambos, estrictamente contemporáneos  han vivido un contexto artístico y social semejante, aunque la amplitud de géneros que aborda Trombadori ,entre  otros aspectos, les individualice. Trombadori como Morandi cultiva la naturaleza muerta, pero también el retrato, el desnudo, el paisaje y muestra un interés especial por un tipo de fotografía en movimiento...  
El texto publicado con el título  "Ni muy atrás ni muy adelante" -en  español en el original-  pertenece a Fatti diversi di storia letteraria e civile publicado  en italiano en 1989 y editado por Alianza en 1991 como Sucesos de historia literaria y civil   





  




                                                                                                   



 


Ni muy atrás ni muy adelante


"Si quisiéramos escribir la biografía imaginaria de un pintor nacido en Sicilia a un cuarto de siglo de la Unidad, que a los veinte años se traslada a Roma, donde transcurre toda su vida, pasando por las experiencias figurativas de su época y desarrollando y madurando la propia; si quisiéramos escribirla, esta biografía imaginaria, como Max Aub escribió la de Jusep Torres Campalans, pintor catalán emigrado a los veinte años a París (y obviamente nunca existido, aunque cuando apareció la biografía de Aub muchos recordaron haberlo conocido; pero existió -dilatada y tentacular existencia- Pablo Ruíz Picasso), es decir, con la intención de dar a través de un personaje fantástico la cristalización de una vida posible, de una historia particular que coincide con la historia de una sociedad, de los movimientos culturales que en ella se producen, de la búsqueda de nuevas o recobradas formas expresivas y, en suma, con la historia de la pintura en Italia entre las dos guerras; si quisiéramos escribirla, los datos por los que correría la imaginación acabarían siendo los de la vida de Francesco Trombadori.

La razón de que, leyendo la cronología de la vida de Francesco Trombadori, nos haya acordado de la de un pintor que nunca existido, es doble. Por un lado responde a las costumbres, por otro a la historia. A las costumbres, porque es fácil en un país como el nuestro devolver a la no existencia a un pintor, a un verdadero pintor (y también a un escritor: véanse los casos de Savinio, Viani, Bartolini, que eran también pintores, y de Alvaro y Brancati; mientras que es más difícil deshacerse de los que nada valen); a la historia, por algo a lo que hemos aludido y que remachamos observando una curiosa, casi borgesiana (de Borges, no de Giuseppe Antonio Borgese, a quien podríamos en el primer puesto de los escritores injustamente relegados a la no existencia) coincidencia: Francesco Tramborini y Jusep Torres Campalans  nacieron el mismo año, 1866. Esta coincidencia asume un significado concreto: si Max Aub eligió 1866 para el nacimiento de Campalans es porque naciendo ese año (o al rededor de ese año), un pintor -imaginario o realmente existente- podía en su vida sumar y representar otras vidas posibles en un abanico de experiencias variadas, inquitas e  intensas; y más rápidas y arduas que en otros tiempos, más corrosivas y corroídas. Este abanico de experiencias Trombadori lo vivió. Lo vivió -como dice Salinas del sitio que ocupaba Cernuda en sus clases y que quizás alude al que ocupaba en la generación poética, "ni muy atrás ni muy adelante", que es el sitio de la discreción, de la elegancia. Lo vivió, pues, dificultosamente: en un mundo que se hacía cada vez menos discreto, cada vez menos elegante.

Francesco Trombadori nació en Siracusa. Quizás sea en ese periodo cuando Otto Weininger pronuncia la sentencia de que "en Siracusa se puede nacer o morir, no vivir". Nada menos cierto: Siracusa no sólo es una ciudad donde se puede vivir, sino para vivir. Ninguna otra es más ciudad al mismo tiempo que como ciudad se niega, se disimula, se hace secreta y visionaria: para descubrirla. No podía vivir, eso sí, un pintor: un pintor necesita un lugar donde haya otros pintores, y lo más posible en contacto con los otros: en un barrio, en una calle, en el Bateau-Lavoir, en la villa Strhol-Fern. Pero de nacer en Siracusa, de los años de infancia y primera juventud que pasó allí, de su estar en ella aun estando lejos, la pintura de Trombadori se halla inefable y secretamente impregnada. La ausencia que se hace esencia. Guttuso dirá: "aunque pinte una manzana es Sicilia". Y así fue para Trombadori: aun pintando asiduamente en Roma, en "su" Roma está, como por esencia Siracusa. Lo que le gustaba a Roberto Longhi de las "vistas" romanas de Trombadori -una Roma embrujada y desierta donde la luz del alto mediodía semeja mudarse en la de un silencioso plenilunio- está justamente en esa esencia, que quien conoce y ama Siracusa no tardará en captar: la luz que aunque intensa y extensa semeja atenuarse por la magia del silencio (no para velar las cosa y confundirlas, sino para volverlas más nítidas.), los colores que se hacen más leves y casi a punto (pero en ese punto más secretamente ricos) de ser como absorbidos, de desvanecerse en el aire; y convertir calles, casas y monumentos en un hecho de la naturaleza, pero una naturaleza clemente, propiamente de idilio (de estado de paz) y en suma, teocritea, o sea poblada por invisibles mitos.

E irremediablemente pensamos en Siracusa -no en llevarla dentro de Trombadori pintor sabiamente dueño de sus medios, maduro; sino del Trombadori joven que vive en ella y atento y ansioso sigue los movimientos de esos años- cuando leemos la firma que pone en sus primeras cosas: Franz d'Ortigia o Franz Trombadori d'Ortigia. Pensamos en una siracusa a la cual ha llegado D'Annunzio; y guía nuestra imaginación aquel relato de Vitaliano Brancati sobre la singular aventura de Francesco Maria; La aventura dannunziana de un joven de Pachino, provincia de Siracusa, que fue en parte también la aventura de Vitaliano Brancati y plenamente la de Francesco Trombadori, nacido veinte años antes. Y podemos incluso llegar a la caricatura, la irrisión (como Brancati llega incluso contra sí mismo que recoge del fascismo los últimos hálitos dannunzianos); pero el caso es que el dannunzianismo ha sido como una vacuna. En la pintura del Trombadori maduro (igual que en el ma duro Brancati) no queda ni una sola sombra. Es una pintura serena y severa, de vibrátil esencialidad, de una sencillez donde confluyen no obstante las más complejas experiencias del siglo XX europeo.

Haría falta una larga disertación  (confiémosla a otros)para trazar la historia de las experiencias corridas por Trombadori en la primera mitad de este siglo nuestro y especialmente del decenio 1920-1930; son experiencias de toda una generación de pintores, aunque cada cual las decline a su manera. Lo anotaba Longhi: "Lo que más convence al respecto es que los pintores citados [de los círculos romanos: Trombadori, Donghi, Ziveri, Socrate] no se asemejaban demasiado entre sí, no formaban grupo, o équipe. Cada uno buscaba en paralelo su camino, lenta y hasta ariscamente. Hoy sería precisa una retrospectiva de cada cual para indicar sus respectivas trayectorias". Es  lo que se está haciendo con Trombadori con esta exposición; y en ella aparecerá con evidencia lo que Longhi dice: "su obstinado continuo progreso". Sólo que la obstinación hay que entenderla en el sentido de vocación y coherencia, no de una laboriosa voluntad que suple al talento. Da incluso la impresión, ante los cuadros de Trombadori, de que quiso como "contenerse", imponerse la conciencia de un límite: y a fin de cuentas, quedarse serenamente "ni muy atrás ni muy adelante", con el placer de pintar para sí -lo cual en su época empezaba a ser raro, conque figurémonos hoy -,que es siempre el modo mejor y más feliz de pintar para los demás".

viernes, 8 de enero de 2021

Leonardo Sciascia cien años.



Sciascia nació en Racalmuto (Sicilia) el 8 de enero de 1921, y este 8 de enero cumpliría cien años. Leer o releer sus libros  será reencontrar  amenidad, emoción, lúcido escepticismo, ingenio, ironía, sensibilidad, en fin, la sabiduría  que hacen de Sciascia el hombre de pensamiento -riguroso intelectual y  gran novelista- que fue y es.
En ABC Pedro García Cuartango recuerda dos aspectos importantes de su vida, el político y el religioso.
No hace todavía mucho hubiera bastado enlazar con el periódico  para pasarlo al blog , pero  ahora que el periodismo debe defenderse de lo gratuito para sobrevivir  habrá que copiar del ejemplar de papel creyéndose con  cierto derecho a ello por ser un ejemplar propio

                            


SCIASCIA Y LA MUERTE

"Leonardo Sciascia vino al mundo en Racalmuto (Sicilia) el 8 de enero de 1920. Por tanto se cumplen el próximo viernes cien años de su nacimiento. Sirvan estas líneas para rendirle tributo. Y para ello voy a hablar de su muerte , acaecida en noviembre de 1989. Tenía 68 años cuando falleció de cáncer en Palermo tras un duro tratamiento de quimioterapia.

Sciascia había dejado unas cartas en las que pedía a su mujer y sus dos hijas que se asegurasen de que estaba muerto antes de ser enterrado, porque tenía pavor a ser sepultado vivo. "Ha amanecido" fueron sus últimas palabras, que evocan a Goethe cuando exclamó en su agonía: "Luz, más luz".

María, su mujer, estaba junto a él  cuando exhaló su último suspiro. Pronto llegaron sus dos hijas y le pusieron un rosario en las manos. Una imagen chocante en un hombre que había marcado distancias resoecto a la Iglesia católica y que se consideraba agnóstico más que ateo.

Esos símbolos religiosos fueron interpretados por algunos medios como una conversión de Sciascia en el último momento, al igual que había sucedido con el pintor comunista Renato Guttuso. Pero no fue así. Poco antes de morir había dejado claro al obispo de Agrigento que no daría ese paso. 

Sciascia había escrito: "No hay ninguna certeza. Ni siquiera la certeza de que no haya certezas. Si amo la verdad y asumo todos los riesgos que comporta decirla, estoy viviendo religiosamente". Unas palabras que se materializaron cuando criticó la negativa de la Democracia Cristiana y el Partido comunista a negociar para salvar a Aldo Moro, que sería ejecutado por las Brigadas Rojas.

El intelectual siciliano era un detractor de Aldo Moro y estaba en contra del llamado "compromiso histórico". Pero fue el único que intentó comprender las cartas del lider democristiano en las que se autocompadecía y pedía que le salvaran la vida. Sciascia vio al hombre y no al político, encontró una verdad sobre el alma humana en su cautiverio. Y fue atacado y descalificado por su compasión hacia Moro.  quedó solo pero siempre lo había estado: "En vano intento medir con la mente esos incomprensibles espacios del universo que me rodean. No sé por qué estoy instalado aquí o por qué este breve tiempo de mi existencia me ha sido signado. Por todas partes sólo veo infinitos que me absorben como un átomo".

Pero no lamentaba el silencio de Dios, sino que lo asume como un postulado lógico: "Dios existe, pero nunca sabremos nada de él. No tiene necesidad de mostrarse", afirma en una frase con resonancias pascalianas. Y todavía más más allá. Sostiene que "su total ausencia  y negatividad" es la "única señal de su existencia".

Sciascia no encontró a Dios, pero sí al hombre o, mejor dicho, a los hombres. No fue una incoherencia que yaciera en el lecho de muerte con un crucifijo".  



ABC, 5 de enero de 2021