Ni muy atrás ni muy adelante
"Si quisiéramos escribir la biografía imaginaria de un pintor nacido en Sicilia a un cuarto de siglo de la Unidad, que a los veinte años se traslada a Roma, donde transcurre toda su vida, pasando por las experiencias figurativas de su época y desarrollando y madurando la propia; si quisiéramos escribirla, esta biografía imaginaria, como Max Aub escribió la de Jusep Torres Campalans, pintor catalán emigrado a los veinte años a París (y obviamente nunca existido, aunque cuando apareció la biografía de Aub muchos recordaron haberlo conocido; pero existió -dilatada y tentacular existencia- Pablo Ruíz Picasso), es decir, con la intención de dar a través de un personaje fantástico la cristalización de una vida posible, de una historia particular que coincide con la historia de una sociedad, de los movimientos culturales que en ella se producen, de la búsqueda de nuevas o recobradas formas expresivas y, en suma, con la historia de la pintura en Italia entre las dos guerras; si quisiéramos escribirla, los datos por los que correría la imaginación acabarían siendo los de la vida de Francesco Trombadori.
La razón de que, leyendo la cronología de la vida de Francesco Trombadori, nos haya acordado de la de un pintor que nunca existido, es doble. Por un lado responde a las costumbres, por otro a la historia. A las costumbres, porque es fácil en un país como el nuestro devolver a la no existencia a un pintor, a un verdadero pintor (y también a un escritor: véanse los casos de Savinio, Viani, Bartolini, que eran también pintores, y de Alvaro y Brancati; mientras que es más difícil deshacerse de los que nada valen); a la historia, por algo a lo que hemos aludido y que remachamos observando una curiosa, casi borgesiana (de Borges, no de Giuseppe Antonio Borgese, a quien podríamos en el primer puesto de los escritores injustamente relegados a la no existencia) coincidencia: Francesco Tramborini y Jusep Torres Campalans nacieron el mismo año, 1866. Esta coincidencia asume un significado concreto: si Max Aub eligió 1866 para el nacimiento de Campalans es porque naciendo ese año (o al rededor de ese año), un pintor -imaginario o realmente existente- podía en su vida sumar y representar otras vidas posibles en un abanico de experiencias variadas, inquitas e intensas; y más rápidas y arduas que en otros tiempos, más corrosivas y corroídas. Este abanico de experiencias Trombadori lo vivió. Lo vivió -como dice Salinas del sitio que ocupaba Cernuda en sus clases y que quizás alude al que ocupaba en la generación poética, "ni muy atrás ni muy adelante", que es el sitio de la discreción, de la elegancia. Lo vivió, pues, dificultosamente: en un mundo que se hacía cada vez menos discreto, cada vez menos elegante.
Francesco Trombadori nació en Siracusa. Quizás sea en ese periodo cuando Otto Weininger pronuncia la sentencia de que "en Siracusa se puede nacer o morir, no vivir". Nada menos cierto: Siracusa no sólo es una ciudad donde se puede vivir, sino para vivir. Ninguna otra es más ciudad al mismo tiempo que como ciudad se niega, se disimula, se hace secreta y visionaria: para descubrirla. No podía vivir, eso sí, un pintor: un pintor necesita un lugar donde haya otros pintores, y lo más posible en contacto con los otros: en un barrio, en una calle, en el Bateau-Lavoir, en la villa Strhol-Fern. Pero de nacer en Siracusa, de los años de infancia y primera juventud que pasó allí, de su estar en ella aun estando lejos, la pintura de Trombadori se halla inefable y secretamente impregnada. La ausencia que se hace esencia. Guttuso dirá: "aunque pinte una manzana es Sicilia". Y así fue para Trombadori: aun pintando asiduamente en Roma, en "su" Roma está, como por esencia Siracusa. Lo que le gustaba a Roberto Longhi de las "vistas" romanas de Trombadori -una Roma embrujada y desierta donde la luz del alto mediodía semeja mudarse en la de un silencioso plenilunio- está justamente en esa esencia, que quien conoce y ama Siracusa no tardará en captar: la luz que aunque intensa y extensa semeja atenuarse por la magia del silencio (no para velar las cosa y confundirlas, sino para volverlas más nítidas.), los colores que se hacen más leves y casi a punto (pero en ese punto más secretamente ricos) de ser como absorbidos, de desvanecerse en el aire; y convertir calles, casas y monumentos en un hecho de la naturaleza, pero una naturaleza clemente, propiamente de idilio (de estado de paz) y en suma, teocritea, o sea poblada por invisibles mitos.
E irremediablemente pensamos en Siracusa -no en llevarla dentro de Trombadori pintor sabiamente dueño de sus medios, maduro; sino del Trombadori joven que vive en ella y atento y ansioso sigue los movimientos de esos años- cuando leemos la firma que pone en sus primeras cosas: Franz d'Ortigia o Franz Trombadori d'Ortigia. Pensamos en una siracusa a la cual ha llegado D'Annunzio; y guía nuestra imaginación aquel relato de Vitaliano Brancati sobre la singular aventura de Francesco Maria; La aventura dannunziana de un joven de Pachino, provincia de Siracusa, que fue en parte también la aventura de Vitaliano Brancati y plenamente la de Francesco Trombadori, nacido veinte años antes. Y podemos incluso llegar a la caricatura, la irrisión (como Brancati llega incluso contra sí mismo que recoge del fascismo los últimos hálitos dannunzianos); pero el caso es que el dannunzianismo ha sido como una vacuna. En la pintura del Trombadori maduro (igual que en el ma duro Brancati) no queda ni una sola sombra. Es una pintura serena y severa, de vibrátil esencialidad, de una sencillez donde confluyen no obstante las más complejas experiencias del siglo XX europeo.
Haría falta una larga disertación (confiémosla a otros)para trazar la historia de las experiencias corridas por Trombadori en la primera mitad de este siglo nuestro y especialmente del decenio 1920-1930; son experiencias de toda una generación de pintores, aunque cada cual las decline a su manera. Lo anotaba Longhi: "Lo que más convence al respecto es que los pintores citados [de los círculos romanos: Trombadori, Donghi, Ziveri, Socrate] no se asemejaban demasiado entre sí, no formaban grupo, o équipe. Cada uno buscaba en paralelo su camino, lenta y hasta ariscamente. Hoy sería precisa una retrospectiva de cada cual para indicar sus respectivas trayectorias". Es lo que se está haciendo con Trombadori con esta exposición; y en ella aparecerá con evidencia lo que Longhi dice: "su obstinado continuo progreso". Sólo que la obstinación hay que entenderla en el sentido de vocación y coherencia, no de una laboriosa voluntad que suple al talento. Da incluso la impresión, ante los cuadros de Trombadori, de que quiso como "contenerse", imponerse la conciencia de un límite: y a fin de cuentas, quedarse serenamente "ni muy atrás ni muy adelante", con el placer de pintar para sí -lo cual en su época empezaba a ser raro, conque figurémonos hoy -,que es siempre el modo mejor y más feliz de pintar para los demás".