Gauguin, 1888, Arlesiana |
Van Gogh realizó toda su obra en sólo diez años -entre 1880 y 1890, de los veintisiete a los treinta y siete en que murió- y de ellos los dos últimos fueron decisivos. En sus primeras pinturas cargadas de apasionado misticismo religioso y social predominan los tonos oscuros y sombríos. Pero la contemplación de los Rubens de Amberes, el conocimiento de las estampas japonesas y la llegada en 1886 al París de los impresionistas, fue revelándole la potencia expresiva del color que él hará restallar de luz en los dos años de Arlés.
En París frecuentó a Degas, Seurat Signac... y Gauguin y con él compartió la necesidad de superar el realismo figurativo impresionista con un modo de representación que tuviera en cuenta la carga emocional y simbólica de ideas y sentimientos. En 1888 Van Gogh cuando se trasladó a Arlés. Gauguin se reunió con él en octubre pero la visita acabó el 23 de diciembre, tras una crisis de locura posiblemente exacerbada por la absenta. Van Gogh agredió violentamente a Gauguin y luego desesperado se mutiló la oreja.
Antes de ese dramático final trabajaron juntos buscando otros modos de expresión plástica más intensos y significativos, Gauguin, inspirado en fuentes prerrenacentistas, empleando formas simplificadas, colores planos en contrastes arriesgados compartimentados con líneas más oscuras a la manera de las vidrieras medievales. Van Gogh, saturando de luz el color y aplicándolo en gruesos empastes dinámicos de expresividad inusual que parecen traducir sus agitados ritmos interiores.
-La hermosa pintura de la arlesiana lectora de novelas y pensativa del Metropolitan refleja a la manera de Van Gogh la idea de lo simbólico que compartía con Gauguin: una mujer ensimismada, de formas recortadas y compartimentadas de colores potentes y contrastados como en las viejas vidrieras que parece reflexionar melancólicamente a partir de la lectura sobre un fondo amarillo intenso que recuerda la alusión a la intemporalidad e incluso a la eternidad de los fondos de oro de las pinturas del Gótico.
Robert Walser y La arlesiana de Van Gogh
Ante la pintura, de Robert Walser publicado por Siruela en 2009, contiene un texto dedicado a La arlesiana de Van Gogh que hace referencia a otro texto anterior,de1912, con el mismo tema publicado ahora en Berlín y el artista, Siruela 2021
El cuadro de van Gogh
Hace unos años vi en una exposición un cuadro en cierto modo atractivo y valioso, La arlesiana de Van Gogh, el retrato de una mujer del pueblo, no guapa por estar ya entrada en años que, tranquilamente sentada en una silla, mira seria y ensimismada. Lleva una falda de las que se ven todos los días y sus manos son tan corrientes que apenas se les presta atención, porque en modo alguno parecen bellas. Tampoco una modesta cinta en el pelo es nada del otro mundo. El rostro de la mujer denota dureza. Los rasgos de su rostro traslucen múltiples y graves experiencias.
Confieso de buen grado que al principio sólo pretendía contemplar por encima el cuadro, que juzgué una obra muy intensa, para seguir andando lo más deprisa posible y ver otros objetos, pero algo especial me sujetó por los brazos, valga la expresión. Preguntándome qué belleza encerraba, me persuadí de que había que compadecer al artista que derrochó tamaña laboriosidad en un asunto tan trivial y carente de gracia. Me pregunté si me gustaría poseer el cuadro; pero no me atreví a responder afirmativa ni negativamente a la curiosa pregunta.
Además me planteé la cuestión, en apariencia fácil y en absoluto injustificada, de si existía siquiera en nuestra sociedad un lugar adecuado para cuadros como esta "arlesiana", porque nadie podía haber encargado obras así; más bien es obvio que el artista se hizo el encargo a sí mismo, y después pintó lo que quizá no desee tener nadie. ¿Quién tendría interés en colgar en la habitación un cuadro tan banal?
"Tiziano, Rubens y Lucas Cranach", me dije a mí mismo, "han pintado mujeres maravillosas", y al decirme esto, nuestro artista, que sin duda experimentaba más dolor que alegría de vivir, y en esta época nuestra, en cierto sentido complicada y triste, me hicieron daño por así decirlo.
Es verdad que el mundo seguramente adquirirá una renovada belleza, y alegres esperanzas florecerán siempre de nuevo. Nadie pretende discutir que hasta entonces vivamos en circunstancias casi precarias.
A pesar que que alrededor del cuadro de Van Gogh alentaba lago triste o molesto, de que las duras condiciones de vida parecen resaltar a su lado o tras él, no con nitidez pero sí con bastante claridad, me alegraba, pues el cuadro es una obra maestra. El color y la pincelada revelan un vigor extraordinario, y la factura es excelente. el cuadro contiene,, entre otras cosas, una maravillosa pieza roja de primorosa soltura. el conjunto, sin embargo, encierra más belleza interna que externa. ¿No hallan también ciertos libros mala acogida porque son esquivos, es decir, porque es difícil asignarles un valor? A veces la belleza no se muestra lo suficiente.
El cuadro de Van Gogh me pareció una narración seria. De repente la mujer empezó a hablar de su vida. en otro tiempo era una niña e iba al colegio. qué bonito es ver todos los días a los padres y que los maestros te inicien en toda clase de conocimientos. Qué alegres y luminosa eran la clase y la relación con las compañeras. ¡Qué dulce y dichosa es la juventud!
En otro tiempo los rasgos fueron blandos, y esos ojos fríos, casi malvados, amables e inocentes. ella era tanto y tan poco como tú. Tan rica en esperanza e idéntica en pobreza. Una persona como todos nosotros , a la que sus pies llevaron por muchas calles claras de día y oscuras de noche. También acudiría con frecuencia a la iglesia o a bailar. ¡con qué asiduidad no abrirían sus manos una ventana o serrarían una puerta! Este tipo de cosas y otras similares hacemos tú y yo a diario ¿verdad?, y ahí reside la futilidad pero también la grandeza. ¿tendría un amante que la colmara de alegría y de preocupaciones? ella escuchaba atenta el sonido de las campanas y sus ojos captaban la belleza de las ramas en flor. Transcurrieron meses, años, veranos e inviernos...No es muy sencillo todo esto. Llevó una vida esforzada, Un día un pintor, que al fin y al cabo es un pobre creador, le dijo que le gustaría pintarla. Posa ,pues, para él y se deja retratar con serenidad. No le resulta un modelo indiferente, pues a el pintor ninguna persona le es indiferente. La pinta tal como es, con absoluta sencillez y sinceridad. Pero sin mucha intención algo grande y elevado irrumpe no obstante en el sencillo cuadro, una seriedad anímica imposible de soslayar.
Después de haber memorizado el cuadro a conciencia, fui a casa y escribí un artículo sobre él para la revista Arte y artistas. El contenido del artículo se ha ido volando, por lo que deseo recuperarlo y así lo he hecho con estas líneas. Ante la pintura, Siruela 2009
SOBRE LA ARLESIANA DE VAN GOGH
Le viene a uno a la mente todo tipo de pensamientos al ver este cuadro, y muchas son las preguntas que le surgen, sin querer a quien se pierde en su contemplación, preguntas de índole tan sencilla, y al mismo tiempo tan peculiar, tan desconcertante, que parece que no se les pudiera dar respuesta. Muchas preguntas hallan su significado más bello, su respuesta más delicada y exquisita en el propio hecho de no ser contestadas nunca. cunado por ejemplo un enamorado pregunta a su dama: "¿Puedo albergar alguna esperanza?", la ausencia de respuesta, dadas las circunstancias, puede ser sinónimo de un divino "¡Oh, sí!". Así sucede con todo lo misterioso, con todo lo grande, y aquí nos encontramos ante un cuadro rebosante de misterio, rebosante de grandeza, rebosante de profundas y bellas preguntas, y rebosantes de bellas, elevadas e igual de profundas respuestas. Es un cuadro maravilloso, y no puede uno sino asombrarse de que pudiera pintarlo alguien del siglo XIX; porque en el fondo ,está pintado como si fuera obra de un hombre, un maestro, precristiano. Tan grandioso como sencillo, tan conmovedor como sereno, y tan modesto como deslumbrantemente bello es ese cuadro de una mujer de Arlés a la que, sin complicarse demasiado, dan ganas de acercarse con el ruego y con la pregunta de "Dime,¿ has sufrido mucho?". Por una parte es el retrato de una mujer, sin más; por otra, al punto se convierte también en la imagen del cruel misterio de la vida encarnado por la figura de la mujer que sirvió de modelo, de inspiración al artista.
Todo cuanto se ve en el cuadro está pintado con el mismo amor católico solemne, creyente inquebrantable, serio y riguroso: la manga y la cofia, la silla y los cercos enrojecidos bajo los ojos, la mano y la cara; y es una fuerza leonina la que se diría que revela el trazo, la pincelada enérgica, enigmática, de forma que no puede evitarse la impresión de que es una obra titánica. Y, sin embargo, tampoco deja de ser el cuadro de una mujer de la vida corriente, y justo en esa circunstancia misteriosa reside lo grande, lo conmovedor, lo prodigioso. El fondo del cuadro es como la inexorabilidad misma del duro destino. Se está representando a una persona tal y como es y tal y como vive, y cómo hace mucho que ha tenido que acostumbrarse y guardar para sus adentros y en silencio todo lo que ha sentido, tal vez olvidando ya la mitad de las cosas que le han tocado sufrir o superar o a las que le ha tocado renunciar. Dan ganas de acariciar las mejillas hundidas de esa...sufridora. Se le encoge a uno el corazón, como si no le estuviera permitido quedarse frente al cuadro con la cabeza cubierta, sino que se impusiera quitarse el sombrero, como al entrar en un templo o en una iglesia. ¿Y no es curioso -a la vez que luego tampoco tiene nada de curioso -cómo llega a la representación de la sufridora el pintor-sufridor (pues, sin duda lo fue) Ella debió de entusiasmarse la instante y él fue y la retrató. Esta mujer tratada con crueldad por el destino, que tal vez hiciera de ella una persona cruel, supuso para el pintor una experiencia brutal, inmensa, una aventura del alma. Además, según tengo oído, parece que la pintó varias veces. (1912) /Berlín y el artista,Siruela, 2021
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