Bruce Nauman, Indiana,1941.



domingo, 1 de marzo de 2009

I. B. SINGER y el amigo de KAFKA


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I.B. SINGER (1904-1991), es  tan valorado por los escritores como por sus numerosos lectores.
Siempre escribió en yiddish, a pesar de saber que era una lengua en extinción. Su hermano mayor Israel, -también escritor- emigró a EE.UU y  en 1935, -en plena expansión del nazismo-, le ayudó a llegar a  Nueva York. Allí colaborará en el periódico yiddish The Jewish Daily Forward  y en The New Yorker.  
Es  uno de los pilares junto con Henry Roth de la gran literatura norteamericana de origen judío, la de  Saul Bellow, Salinger o Philip Roth...  Nueva York le ha dedicado un bulevar en Manhattan a la altura de la calle 86 Oeste,donde vivió. 

                    
Había nacido en Leoncin, Polonia, en una familia  de judíos piadosos y austeros  descendientes   de rabinos jasídicos por parte de su padre y de rabinos ilustrados (la Haskalá judía) por la rama materna. Del padre heredó el lado místico cercano al misterio y una existencia poblada de espíritus y diablillos  burlones y de su madre un lado racional apegado a lo visible y concreto.
Cuando tenía dos años la familia se trasladó a Varsovia y se instaló en el gueto.  Pronto el joven Isaac B. Singer se fue apartando de la ortodoxia judía interesándose por  Platón, Aristóteles, Kant y Schopenhauer, y sobre todo por  Baruch Spinoza, Dostoievski, Maupassant, Chéjov... 

Nunca abandonará el yiddih, la lengua de los judíos de Centro Europa en la que sobre un fondo de dialecto alemán se insertan vocablos rusos, holandeses, hebreos, ingleses...un expresivo  mapa lingüístico de la itinerante y dramática historia judía, pero parte de su obra acabaría traduciéndola él mismo al inglés para que no se perdiera en una lengua que se extinguía.
Entre sus libros los hay directamente autobiográficos, "En el tribunal de mi padre" o" Amor y Exilio" y otros en los que los que parte de sus experiencias son transformadas en cuentos o novelas,"El certificado", o "Sombras sobre el Hudson"...En todos ellos se encuentra pensamiento, ideas, emoción poética , misterio   y seductoras  historias porque es un  narrador excepcional. Recibió el Nobel en  1978.
Es un gran escritor de cuentos y  de alguno  de los mejores de la literatura, como "Un amigo de Kafka". En esta narración compleja , evocadora y refinada, se percibe la influencia de Kafka en la fusión  de sueño y realidad que el escritor checo, -como recuerda Kundera-, logró al traspasar la frontera de lo verosímil, que a partir de él  "quedó sin policías, sin aduaneros, abierta para siempre".

 

ABC, 12junio2004, Claudio Magris, (escribe sobre Singer de  forma desconcertante   pero la biografía que recomienda de Florence Noiville  es realmente excelente y aunque no se ha podido encontrar en español, existe  con el título Una biografia,  en un italiano sencillo, expresivo y asequible): Aquel verano en Wengen con SINGER  
En  El Mundo, 8diciembre2020, en Claudio Magris y Giuseppe Conte cara a cara, el escritor italiano vuelve a desconcertar: "Uno del que fui muy amigo es el gran Singer, un escritor «de mano»: yo comprendía mejor lo que él escribía en ciertos relatos de cuanto lo comprendiese él, sin embargo -¡pobre de mí!- de buena gana me hubiera cambiado por él." 








UN AMIGO DE KAFKA




"ANTES de que yo leyera a Franz Kafka, ya había oído hablar de él hacía años a su amigo Jacques Kohn, un antiguo actor de teatro yiddish. Digo "antiguo" porque cuando yo le conocí ya no actuaba. Era a principio de los años 30, y el teatro yiddish de Varsovia había empezado a perder espectadores. El mismo Jacques Kohn era un hombre enfermo y destrozado. Aunque se vestía aún como un dandi, sus ropas eran viejas. Llevaba un monóculo en el ojo izquierdo, un cuello alto pasado de moda ( de los que se conocían como "asesino de padres"), zapatos de charol y un sombrero hongo. Los cínicos del club de escritores yiddish de Varsovia que los dos frecuentábamos le habían puesto de mote "el lord". Aunque cada vez estaba más jorobado, se esforzaba con terquedad en mantener los hombros erguidos. Lo que quedaba de su otrora pelo rubio, lo peinaba formando un puente sobre su cráneo desnudo.
  
Siguiendo la tradición del teatro de los viejos tiempos, recurría de vez en cuando a un yiddish germanizado, sobre todo cuando hablaba de su relación con Kafka. Últimamente había empezado a escribir artículos periodísticos, pero los editores rechazaban unánimemente sus manuscritos. Vivía en un ático en algún lugar de la calle Leszno y siempre estaba enfermo. Entre los miembros del club circulaba un chiste sobre su persona: "Pasa el día tumbado en una tienda de oxígeno y por la noche sale como un Don Juan."


Todas las tardes nos veíamos en el club. La puerta se abría lentamente para dar paso a Jacques Kohn. Parecía un célebre personaje europeo que se dignara visitar la judería. Miraba a su alrededor y hacía muecas como si quisiera indicar que el olor a arenques, ajos y tabaco barato no era de su agrado. Miraba con desdén a las mesas cubiertas de periódicos viejos, piezas de ajedrez rotas y ceniceros llenos de colillas, donde se sentaban los miembros del club que, con sus voces chillonas, hablaban sin cesar de la literatura. Kohn movía la cabeza, como si dijera: "Qué puede esperarse de unos schlemiels?[personas simplonas]Tan pronto como le veía entrar, me llevaba la mano al bolsillo y preparaba el zloti que con toda seguridad me pediría prestado.


Aquella tarde en particular, Jacques parecía estar de mejor humor que de costumbre. Sonrió mostrando sus dientes de porcelana, que no estaban bien ajustados y se movían ligeramente al hablar, y se dirigió hacia mí pavoneándose, como si estuviera en un escenario. Me ofreció su mano huesuda y de largos dedos y dijo:
-¿Qué tal se encuentra esta noche la estrella naciente?
-¿Ya empezamos?
-Lo digo en serio. En serio. Reconozco el talento cuando lo veo, aunque yo carezco de él. Cuando actuamos en Praga en 1911, nadie había oído hablar de Kafka. Él se acercó a los camerinos y tan pronto como lo vi, supe que estaba en presencia de un genio. Pude olerlo como un gato huele a un ratón. Así fue como empezó nuestra gran amistad.


Yo había oído contar esa historia muchas veces y de muchas formas , pero sabía que tendría que escucharla otra vez. Se sentó a mi mesa, y Manya, la camarera, nos trajo unos vasos de té y unas pastas. Jacques Kohn arqueó las cejas sobre sus ojos amarillentos, inyectados en sangre. Su expresión parecía decir: "¿A esto llaman té estos bárbaros?. Echó cinco terrones de azúcar en su vaso y lo removió, haciendo girar hacia afuera la cucharilla de lata. Con los dedos pulgar e índice, este último con la uña más larga de lo común, partió un trocito de pasta, se lo metió en la boca y dijo: Nu ja, que quiere decir, no es posible alimentarse del pasado.


Todo era teatro. Él procedía de una familia jasid que vivía en una de las pequeñas ciudades polacas. No se llamaba Jacques, sino Jankel. Sin embargo, era cierto que había pasado muchos años en Praga, Viena, Berlín y París.No siempre había sido actor del teatro yiddish, también había actuado en Francia y Alemania. Había participado en una producción de Reinhardt,y había tomado aperitivos con Piscator. Me había enseñado cartas que había recibido no sólo de Kafka, sino también de Jakob Wassermann, Stefan Zweig, Romain Rolland, Ilya Ehrenburg, y Martin Buber. Todos le llamaban por su nombre. Cuando empezamos a conocernos mejor, me enseñó incluso fotografías y cartas de actrices famosas con las que había tenido aventuras.


Para mí, "prestarle" un zloti a Jacques Kohn era como entrar en contacto con la Europa Occidental. Hasta la forma que tenía de llevar su bastón, cuyo mango era de plata, me parecía exótica. Incluso los cigarrillos los fumaba de manera distinta a como lo hacíamos en Varsovia. Sus modales eran distinguidos. Si en alguna ocasión, poco frecuente, me hacía algún reproche, siempre me dedicaba con elegancia algún cumplido para no herir mis sentimientos. Pero lo que más admiraba yo de Jacques Kohn era su forma de tratar a las mujeres. Yo era tímido con las chicas -me sonrojaba, me azaraba cuando estaba delante de ellas-, pero Jacques Kohn se mostraba seguro como un conde. Tenía algo que decir a la mujer menos atractiva. A todas halagaba, usando un tono de ironía bien intencionada y afectando la actitud de un hedonista que está de vuelta de todo.

A mí me hablaba con franqueza:

-Mi joven amigo, la verdad es que soy impotente. Todo empieza cuando se desarrolla un gusto superrefinado. Cuando uno tiene hambre, no necesita mazapán ni caviar. Yo he llegado a un punto en que no encuentro verdaderamente atractiva a ninguna mujer. Ningún defecto me pasa desapercibido. Eso es impotencia. Veo a través de vestidos y corsés. Ya no me embaucan ni las pinturas ni los perfumes. Yo no tengo dientes, pero una mujer no tiene más que abrir la boca y ya he localizado todos sus empastes. Casualmente ese era también el problema de Kafka a la hora de escribir: veía todos los defectos, los suyos y los de los demás. Casi toda la literatura la producen plebeyos y chapuceros como Zola y D'Annuncio. En teatro, yo encontraba los mismos defectos que Kafka veía en literatura y eso nos acercaba. Pero, por extraño que resulte, cuando llegaba la hora de juzgar el teatro, Kafka estaba completamente ciego. Ponía nuestras vulgares obras yiddish por las nubes. Se enamoró perdidamente de una comicastra, Madame Tschssik. Cuando pienso que Kafka amaba a esa criatura, soñaba con ella, me avergüenzo del hombre y de sus ilusiones. Cierto, la inmortalidad no es quisquillosa. Todo el que por casualidad entra en contacto con un gran hombre, camina junto a él hacia la inmortalidad, a menudo con pasos torpes.

-¿No me preguntó usted en alguna ocasión qué me hace seguir en la brecha, o acaso son imaginaciones mías? ¿De dónde saco fuerza para combatir la pobreza, la enfermedad y lo que es peor , la desesperación? Ésa es una buena pregunta, amigo mío.Yo también me hice la misma pregunta cuando leí por primera vez el Libro de Job. ¿Por qué seguía Job viviendo y sufriendo? ¿Para tener al final más hijas, más burros , más camellos? No. La respuesta es que lo hacía por el juego en sí. Todos jugamos al ajedrez con nuestro Destino como oponente.Él mueve una pieza, nosotros movemos otra. Intenta darnos jaque y mate en tres jugadas; nosotros intentamos impedirlo. Sabemos que no podemos ganar, pero algo nos empuja a luchar contra él. Mi oponente es un ángel muy duro. Lucha contra Jacques Kohn utilizando todas sus artimañas. ahora es invierno  hace frío hasta con la estufa encendida, pero hace meses que mi estufa no funciona y el casero se niega a arreglarla. Además, yo tampoco tendría dinero para comprar carbón. En mi habitación hace tanto frío como en la calle. Si usted no ha vivido en un ático no conoce la fuerza del viento. Los cristales de la ventana de mi habitación se mueven hasta en verano. A veces un gato se encarama en el lado del tejado que está junto a mi ventana y se pasa toda la noche gimiendo, como si fuera una mujer  de parto. Allí estoy yo,congelado bajo las mantas, y el gato aullando por otro gato, o a lo mejor todo lo que le pasa es que tiene hambre. Podría darle un poco de comida para apaciguarlo, o echarlo; pero, para no morir de frío, me cubro con todos los trapos, incluidos periódicos viejos...y el más mínimo movimiento basta para que todo se desbarate.



-Y aun así, si juega al ajedrez, querido amigo, es preferible jugar con un adversario que merezca la pena a jugar con un chapucero. Yo admiro a mi oponente. A veces me encanta su ingenuidad. Está sentado ahí arriba, en su oficina del tercero o del séptimo cielo, en ese departamento de la Providencia que gobierna nuestro planeta, y no tiene otro cometido que atrapar a Jacques Kohn. Estas son las instrucciones que ha recibido: "Rompe el barril, pero no dejes que se derrame el vino." Y eso exactamente es lo que hace.Cómo consigo mantenerme vivo es un milagro. Me avergüenzo de decirte los medicamentos que tomo, las pastillas que trago. Tengo un amigo farmacéutico, si no fuera por él no podría costeármelas. Antes de acostarme las tomo una detrás de otra, en seco. Si bebo, tengo que orinar. Tengo un problema de próstata y, aun con las precauciones que tomo,me veo obligado a levantarme varias veces durante la noche. En la oscuridad, las categorías de Kant no valen para nada. El tiempo deja de ser tiempo y el espacio deja de ser espacio. Tienes algo en la mano y de repente se esfuma. Encender la lámpara de gas que tengo no es tarea fácil. Las cerillas me desaparecen continuamente. Los demonios pululan por el ático. De vez en cuando interpelo a alguno:"¡Oye tú, Vinagre, hijo del Vino, por qué no dejas ya de una vez tus asquerosos trucos!".


-Hace algún tiempo, a medianoche, escuché unos golpes en la puerta y una voz de mujer. No sabría decir si lloraba o reía. "¿Quién podrá ser?", me pregunté.-"¿Lilith? ¿Namah? ¿Machlath?, la hija de Ketev M'riri?". En voz alta, grité, "Señora, se equivoca." Pero ella siguió golpeando la puerta. Luego escuché un gemido y que alguien se caía. No me atrevía a abrir la puerta. Empecé a buscar las cerillas y resulta que las tenía en la mano. Por fin me levanté,encendí la lámpara de gas y me puse la bata y las zapatillas. Vi de refilón mi imagen en el espejo y me asusté al verme. Tenía la cara verde y sin afeitar. Por fin abrí la puerta y encontré una mujer joven, descalza, que vestía un abrigo de marta sobre un camisón de dormir. Estaba pálida, con el pelo largo y rubio muy despeinado. Dije:
-Señora, ¿qué ocurre?
-Alguien ha intentado matarme hace un momento. Le pido por favor que me deje entrar. Solo quiero quedarme en su habitación hasta que amanezca.
-Quería preguntarle quién había intentado matarla, pero vi que estaba helada. Probablemente también bebida. La dejé pasar y me di cuenta de que llevaba en la muñeca una pulsera de grandes diamantes.
-No tengo calefacción en la habitación -le dije
-Es mejor que morir en la calle."[...  la narración sigue: continuar leyendo hasta el final




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